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Texto publicado en LUR Red de Investigaciones y estudios visuales  (Marzo, 2019).

Wannabe (La Fábrica, España, 2017) se presenta como una experiencia de contrastes y extrañezas visuales, vinculando tres contextos aparentemente distintos: peces globo conocidos por sus propiedades de carne exquisita y a la vez contenedora de toxinas neuroparalizantes; love dolls japonesas —muñecas de silicona, exclusivas e hipersexualizadas para adultos masculinos— y jóvenes mujeres, que se operan con la finalidad de ser sus perfectos analogon.

A partir de su diseño, Wannabe produce una relación entre varios elementos, en que lo artificial o lo natural, lo animado o lo inanimado,  lo objetual o el sujeto, se vuelven imágenes intercambiables y confusas. Para comenzar, la cubierta exhibe un rostro de mujer de mirada cabizbaja, envuelto en una materialidad plástica, roja y transparente; muy afín a una sugerencia fetichista de formas suaves y moldeables. Introduciéndonos en las primeras páginas,  aparecen las fotografías con carnes sangrantes y peces con ojos saltones en un medio de oscuridad. Son imágenes que en cada doble página se intercalan con los retratos femeninos, interrumpiendo y manifestando un golpe visual que nos sumerge en las temperaturas barrocas y lúgubres de los peces, luego, en las correctas y  frías facciones. Esto logra elaborar entre cada página —fotografía a izquierda o derecha —, un cambio de ritmo constante que va a fraccionar todo acomodo de las miradas; dirigiéndonos desde una extrañeza a otra. Es importante destacar que esta forma de ordenamiento visual, crea  un total desconcierto, que en todo momento exige mantener una postura crítica y aguda para diferenciar las trampas de las miradas, la de las comparaciones y las similitudes.

Para la autora, la inclusión del pez globo en la narrativa visual del fotolibro, es la metáfora de un pensamiento paralizado, adquirido por conductas culturales de automatización y despersonalización; como ejemplo, el caso de las mujeres retratadas que buscan la imitación de un patrón cultural; una apariencia ya determinada de ser mujer, prediseñada por medidas y formas fijas. De manera que,  la gran mancha negra y vacía que enmarca a cada retrato, y que se repite sistemáticamente en todo el libro, enfatiza el sentido de pérdida y de desorientación a la que posiblemente las retratadas han sucumbido.

La búsqueda de la perfecta plasticidad como belleza femenina, desprovista de gestos, de vellosidades, de arrugas, de excesos, se observa en los retratos de rostros correctamente demarcados por perspectivas de una hechura femenina solicitada. Es un deseo ominosamente calcado en imagen y semejanza a las muñecas, pero estérilmente silencioso. No hay excesos ni desbordes, sólo un tipo de belleza acondicionado. En relación a esta idea mujer-muñeca, Hans Bellmer en la década de los 30, creó su serie de cuerpos femeninos, representados por fragmentos y miembros reconectados en múltiples posibilidades de orificios sexuales. Eran cuerpos deconstruidos, asimétricos y descontrolados, tendiendo a ser parte de una fantasía de objetos víctimas; torturados y sodomizados. En un ejemplo aproximado, Cindy Sherman crea en 1999 su serie Broken Dolls (Muñecas rotas), las cuales representan rostros y cuerpos mutilados exacerbadamente grotescos; figuraciones explícitas de un estado pornográfico, extraño y repulsivo; un ad náuseam social vinculado a cuerpos inertes, convertidos en marionetas y presencias sin vida.

En Wannabe, cada joven retratada es de una belleza inalterable y perfecta. Pero sus miradas se esconden en gestos huidizos e inexpresivos, como presencias desalojadas de toda vitalidad y personalidad. Una sola joven posa enfrentando a la cámara, sonríe, pero a pesar de todo, su semi-sonrisa se percibe simulada o de una extraña complacencia. Debido a lo generoso de su formato, en Wannabe cada detalle se hace extravisible, originando una coexistencia de miradas entre femeninas y peces que exhalan veneno y miedo. Es un juego editorial de intercalados y variaciones de las imágenes, en que se vislumbra la necesidad de desentramar la sutil violencia sugerida, expuesta como trampa, de una cultura de la “imagen” que intoxica, sobreexige y paraliza.

En consecuencia, Wannabe se transforma en una crítica visual a la cultura de la mera aparición; al deseo de convertirse (el want to be) o ser convertida,  en el mandato de una copia femenina inanimada.