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Texto publicado en el libro de artista realizado posterior a la exposición.

Todo ocurre a la vez, incluso el cielo, el bajísimo cielo en el que ardemos, con  un pie en la eternidad y otro en el barro.

                                                                                                                                                           María Negroni, 2013.

En el espacio de lo nunca mostrado, de repente una provocación, la necesidad de abrir los sentidos a la idea de los tiempos que se expanden y a las múltiples vibraciones de la materia. 

Más que solo de obras, se trataría de fisuras y reordenamientos materiales, expuestos y re-convertidos en apariciones de tiempos oscilantes y disconexos. En el espacio de los escondrijos de Nancy Gewölb, algo vital sucede con esta forma arqueológica de perseguir los restos, los residuos y los sobrantes, ya que los cuadros montados en el muro o las instalaciones desplegadas en una mesa de trabajo no se convierten únicamente en abstracciones minimalistas o en categorías de clasificación. Aquí, no hay representaciones o continuidades, solo alteración y conjunción reciclada; de las materialidades y sus orígenes secretos, de las capas y las memorias multiestratificadas.  

Así, retomar y renovar los ciclos (reciclar) se transforma en una pulsión que le gana a las leyes del abandono y a la fijación de los tiempos. Es un gesto que resiste la cultura del desahucio y las lógicas del orden de lo continuo. Posiblemente, alguien de habilidad o conocimiento especial dirá que algunas de estas piezas son versiones actualizadas del ready made, el ensamblaje o el collage. Sin embargo, más que categorías de un hacer, me gusta pensar en el arte de la amalgama como un campo minado que hace eclosionar los placeres de los sentidos, o pensar en la inutilidad de los conceptos cuando se sustraen las funciones de los objetos al interior de un razonamiento cotidiano. De tal modo, que en las hojas de un libro xilografiado puedo leer la memoria circular del bosque, o sentir a través de las celdas de un panal —hecho por la mano humana— la vida del “trabajo” animal, o en el conjunto de las pequeñas polaroids ver la revelación de los sonidos de los nombres. 

En este universo análogo, de materia y fragmentos urdidos a mano, suturados, con técnicas de reproducción, corte, fotocopiado y mixtura de superficies, las obras de Nancy Gewölb se vuelven un llamamiento de exuberancia para las miradas.  En estos escondrijos de la poética sin tiempo, de tiempos impuros y anacrónicos (Huberman), se me fijan a mi memoria las memorabilias  levantadas desde los fragmentos y los olvidos.